He leído el siguiente artículo de un dirigente de UPyD, después del mismo, ya dejo mi opinión sobre el partido de procedencia de este artículo:
"El debate sobre la naturaleza y funcionamiento de nuestros partidos está abierto desde el origen de nuestra reciente democracia. Nuestra transición democrática fue, en realidad, un proceso cruento para sus principales actores políticos. Unos (la UCD) pagaron la factura del franquismo y otros (el PCE) la del antifranquismo. Nadie duda de que el gran beneficiario de aquella coyuntura histórica fue el PSOE. Pero la ilusión que despertó en los ciudadanos la llegada de los socialistas al poder en 1982 no les hizo diferentes a los demás partidos nacionales en cuanto al papel que el partido debe jugar respecto al resto de la sociedad y ante sus propios militantes. Seguramente, si ha habido un partido, en todos los años de nuestra democracia, en el que el poder del aparato ha sido impermeable a la participación de los ciudadanos, pero, sobre todo, a la de sus propios afiliados, en cuanto a la igualdad de oportunidades respecto a la ocupación de cargos orgánicos o presencia en las listas electorales, ese ha sido el PSOE.
En cuanto al PP, no parece tampoco ante la opinión pública como un dechado de democracia. El conflicto interno vivido en la preparación del reciente Congreso de Valencia, y su desenlace final, no es precisamente el mejor ejemplo para resolver los problemas de liderazgo en una sociedad avanzada.
Sirva esto para decir que nuestros partidos no son ajenos al deterioro que ha sufrido nuestra democracia desde la aprobación de la Constitución en 1978. Siendo, los partidos, constitutivamente la columna vertebral de cualquier régimen democrático, en nuestra sociedad no han sabido jugar el papel equilibrador que se les demandaba, y su función se ha concentrado en seleccionar élites gobernantes y promocionar cargos públicos, más que de ser auténticos representantes de los ciudadanos. Su obsesión por hacerse con el control de todas las instituciones sociales (públicas y privadas), y su aspiración -cuando gobiernan- de confundir el Partido con el Estado, les hace responsables en alto grado de la mayor parte de los problemas que hoy padece la democracia española. Son estos partidos los que han terminado por hacer del Parlamento una lonja donde ponerse de acuerdo en los despachos sobre el valor y precio que conllevan las relaciones de poder y su reparto, y no el lugar donde debatir sin ventajismos los problemas que preocupan a los ciudadanos.
Sabemos que hacer en España un partido plenamente democrático es muy difícil, máxime en una sociedad con un evidente déficit de cultura democrática, y presa de la apatía participativa que los propios partidos hegemónicos le han infundido; pero también sabemos que no es posible regenerar la democracia con estructuras partidarias que han demostrado tener éxito para crear y perpetuar nomenclaturas políticas, pero no para servir a los intereses de los ciudadanos.
Los medios y los fines son inseparables. No es posible lograr metas pretendidamente transformadoras con estructuras burocráticas y autoritarias, que sólo pueden albergar militantes oportunistas, sumisos al poder dominante del momento, y cuadros políticos predispuestos a realizar una práctica política manipuladora, cuya lógica -que no es otra que la de servir a su propio interés personal- va por un lado, y la de la sociedad va por otro.
Un partido de nuevo tipo, alternativo a las agotadas formaciones políticas conocidas, tiene que elevar el listón ético de la democracia y entender que ésta no es sólo un sistema para elegir gobernantes, sino una forma de vida y de convivencia, que todavía está lejos de hallarse entre nosotros. Ello exige esforzarse en crear una nueva cultura política, ejemplarizándola en su propio seno, y difundiéndola en la sociedad con todos los medios a su alcance. Es un trabajo de muchos años, y reclama la apertura de una vía que vincule la política con la cultura, con la cultura en general.
En los partidos, como en la sociedad, existen dirigentes y dirigidos. Esta jerarquización se acepta con naturalidad cuando los unos son fruto de la legitimidad democrática y los otros disponen de los cauces de participación adecuados, y las funciones de responsabilidad y de subordinación se suceden de forma alternativa y reglada. Estamos hablando de formas propias de una democracia abierta que, hasta ahora, no han sido las propias de nuestro Estado de Partidos.
Es claro que cuando hablamos de democracia -en la sociedad y en los partidos- no estamos hablando de democracia directa ni de toma de decisiones asamblearias, sino de democracia representativa, o sea, elecciones primarias, voto directo y secreto, listas abiertas, y consecuente legitimación para el ejercicio temporal de los cargos electos. Lo contrario es, con todo el maquillaje ´democrático´ que se quiera, entronizar algún tipo de poder burocrático, que para sostenerse y justificarse ante si mismo y ante los ciudadanos, sólo puede fundamentarse en la sutil utilización (y a veces ni eso) del principio de autoridad y en el culto a la personalidad de los líderes.
Un partido que apueste por la democracia interna sin tapujos, no permitirá que sus militantes tengan menos derechos que los que la Constitución otorga a cualquier ciudadano; ni tampoco la incoación de expedientes de expulsión a quienes no incurran en presuntos delitos que puedan estar tipificados en el Código Penal.
En las actuales estructuras partidarias ha calado la opinión de que practicar la democracia supone riesgos, por eso las elecciones primarias en España no han pasado de la fase de estado embrionario. En realidad, los riesgos sólo los corren quienes dirigen los partidos y están obsesionados por controlarlo todo, y convencidos que solamente ellos saben lo que les conviene a los demás.
Pero en España, si queremos regenerar la sociedad, tendremos que empezar por regenerar nuestros partidos y fortalecer su imagen y credibilidad ante los ciudadanos; y eso sólo será posible con más democracia interna, aceptación de la discrepancia, más debate -todo lo ordenado que se quiera- y menos modelos de control. Este es el reto que tenemos por delante quienes no nos resignamos a vivir en una sociedad desarrollada con un régimen democrático de tan baja calidad como el que ha devenido en la España del presente."
No puedo más que mostrar mi indignación, que un partido donde hay una absoluta carencia de Democracia Interna, haga este tipo de declaraciones, que serían tan incoherentes como si, en tiempos de la Dictadura de Franco, Franco hubiese llamado a otros países dictatoriales a democratizarse.
Y desde aquí les digo a UPyD, que antes de llamar a otros partidos a democratizarse internamente, prediquen con el ejemplo y democraticesen ustedes, y se lo digo como miembro de un partido que si tiene democracia interna, Ciudadanos-Partido de la Ciudadania.
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1 comentarios:
Muy bien dicho Jorge. Va a resultar difícil, pero hay que luchar para que la ciudadanía no caiga en la trampa de UPyD. Los mentirosos y manipuladores deben ser desenmascarados.
Saludos
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